Partida #4 "Huída
de Urga"
Antes de nada registraron a los trasgos muertos y encontraron una
llave de hierro en el cuerpo del líder trasgo, apuñalado por uno de sus
propios esbirros.
Entraron con cuidado en la mina, si cabe con más prudencia que el día
anterior pues los dos o tres trasgos que quedaban vivos podrían estar
avisando a más en el interior aunque según las cuentas de los vecinos de
Urga ya no podían quedar muchos más; además nadie había hablado de
wargos que eran harina de otro costal, mucho más peligrosos que un
simple goblin y por eso les habían cortado las cabezas para cobrar por
ellas. Erik dejó su cepo de osos armado en la entrada por si alguien
llegaba desde atrás o por si había que huir apresuradamente.
Como esperaban, hubo flechas llegando desde varios sitios. Los trasgos
aprovecharon la ventaja de la altura y falta de luz lo mejor que
pudieron, Sybil resultó malherida. Erik acabó por subir por el pequeño
barranco que defendían los trasgos y Roy, a pesar de sufrir varios
flechazos certeros, también acabó por matar a sus hostigadores. El
último de los trasgos viendo que todo estaba perdido y no había
escapatoria trató de rendirse y durante un rato el svardo dio la
impresión de aceptarlo. Zarandearon al goblin y entre los tres acabaron
por sacarle que no quedaban más trasgos vivos en el cubil. Habían
ocupado algunas habitaciones de aquella mina abandonada pero no tenían
ni la menor idea de lo que había tras una puerta de piedra cerrada.
Sybil examinó la puerta y supo que no era mágica, pero tampoco tenía
cerradura salvo un diminuto agujero en el centro. Todo parecía indicar
que se trataba de una puerta enana. El trasgo les condujo al interior de
la guarida donde reinaba una pestilencia insoportable. Había paja y
algunas pieles por los suelos, excrementos, comida, sangre e inmundicias
varias por doquier. En una de las salas el goblin les dijo que sabía
donde estaba escondido el dinero procedente de los últimos saqueos, bajo
el colchón del jefe, una piedra del suelo se podía mover. Allí fueron y
vieron que era cierto, había una bolsa de cuero con bastantes monedas
dentro. Erik, que no se fiaba un pelo, revisó que no hubiese nada más y
tras eso le dio una daga al trasgo para que este muriese en combate -y
de hecho eso hizo-.
Fue en otra sala sucia en la que encontraron el cadaver de una mujer con
aspecto de campesina, vejado el cuerpo en muchos sentidos. Horrorizados,
la sacaron de allí para llevarla al pueblo donde quizás supiesen quien
era o enterrarla como era debido. Salieron de la mina pero solo para
darse cuenta que el sol no estaba ya tan alto y que si salían en ese
momento no llegarían a Urga para hacer noche. Pensaron que lo mejor
sería pasar la noche en la mina, en uno de los pequeños cuartos cercanos
a la entrada. Dejaron las cosas y se pusieron a descansar, no sin notar
que al fondo de la gruta había una sima con huesos de distintos tipos y
las paredes se tornaban cristalinas. Pensaron que lo mejor era no ser
demasiado curiosos y no avanzaron más por allí. Además los trasgos
parecían evitar esa zona.
Sin saberlo, pasar la noche en la mina de Cerroduro seguramente les
salvó la vida, como veremos pronto.
Tras una noche fría y nada silenciosa, pues Sybil se la pasó tosiendo y
con algo de fiebre, salieron al alba. Roy había aprendido muchas cosas
en el hospicio de Danley y le pareció que su amiga estaba enferma, de
modo que alzó una oración por la muchacha y la examinó para descubrir
horrorizado que había peste en el cubil de los trasgos y ella la había
cogido. Normalmene esto la mataría pero tuvo la fortuna de que la fe
inquebrantable de su compañero obrase un milagro y de un momento a otro
estaba sanada. Nunca había visto a nadie obrar tal prodigio, ni siquiera
a los clérigos de Danley.
Descubrieron al salir que los cadáveres de los trasgos y los wargos
habían atraído a los lobos del lugar y estos, a su vez, a algo más
grande que había matado a varios de ellos. Examinaron las huellas y el
svardo supo que había pasado un ettin por allí. Ni Roy ni Sybil sabían
lo que era eso de un ettin, pero en svardia los monstruos de sangre de
gigante no eran muy infrecuentes y Erik los había visto alguna vez.
Sabía sobre seguro que no era bueno encontrarse con uno a solas en un
bosque de modo que cogieron el cadáver de la campesina, las cabezas de
wargos y trasgos y se pusieron en camino.
A pesar de ir muy cargados volvieron contentos con la sensación de haber
hecho un buen trabajo. A pesar de los peligros y combates habían salido
bien y con una bolsa de oro. La felicidad, pese a todo, duró poco.
Cuando el sol estaba en el mediodía empezaron a ver una columna de humo
en dirección al pueblo. Cuando llegaron a Urga -pero antes de entrar en
la aldea- pudieron ver que la posada estaba en llamas y un grupo de
varios hombres, como una docena y tres de ellos con caballos, se
encontraban en la plaza. El grupo se escondió de inmediato, por
supuesto. Tras hablar unos segundos decidieron que Erik se acercase
agachado para ver si se enteraban de lo que estaba pasando. Tardó el
svardo un buen rato en avanzar unos mil pies a rastras por uno de los
campos arados cerca del pueblo. Empezó a distinguir formas y le pareció
que los hombres debían ser mercenarios por el atuendo y algunas armas
que alcanzaba a ver; tenían, además, un par de perros. Parecía que había
una discusión entre estos hombres y algunos vecinos. De repente los
mercenarios se llevaron a dos de los paisanos, un hombre y una mujer, y
los ahorcaron en un árbol cercano en la salida de la aldea. Quizás se
trataba de Nelly, la posadera, y su marido. O Ysgrid y Malcolm. En
realidad estaban demasiado lejos y no se podía saber. A quien sí
distingió Erik fue a Sire Garril, el caballero que habían visto un par
de días atrás. Eso aclaró las cosas, lo más probable era que el hombre
de armas se hubiese enterado, sabe dios cómo, de la muerte de su primo a
manos de Erik, Roy y Sybil y les buscase para vengarse. El caso es que
la compañía de mercenarios empezó a moverse en dirección a Cerroduro,
por lo que Erik se metió en una zanja de agua para evitar que le viesen.
Roy y Sybil también se escondieron bajo un árbol caído y esperaron un
buen rato a que los mercenarios pasaran -por cierto, bastante cerca de
ellos-.
En cuanto los hombres de Sire Garril pasaron, Erik fue a reunirse con
sus compañeros. Decidieron dejar el cadáver de la mujer muerta allí
junto con las cabezas de trasgos y wargos, bajo el mismo tronco en el
que se habían escondido. Ya no volverían a Urga, era demasiado peligroso
y además muy poco probable que cobrasen nada por las cabezas de trasgos.
No sabían qué hacer así que por lo pronto irían a Rallena, un pequeño
burgo a orillas del río Dorado en el que ninguno había estado antes. Por
el camino de Urga llegarían antes y tendrían una buena ventaja sobre los
mercenarios. Según empezaron a andar, se puso a llover.
Llegaron a Rallena al atardecer, con todo el camino embarrado, después
de tratar de evitar a campesinos e incluso a un calderero que vendía
cosas, como era habitual. Tuvieron sus mas y sus menos con los guardias
hasta que una capitana puso fin al problema; se trataba de una tropa
feudal, vasallos de Lady Avice de Skai, que defendían la entrada del
burgo, algo más grande que Urga. No tardaron en encontrar una posada,
las Tres Ocas, un caserón de cuatro pisos nada menos, establos, un gran
salón y dos plantas de habitaciones, la cocina aparte en el patio
trasero para evitar incendios. Tuvieron que dejar las armas en la
entrada y cenaron allí, aparte de conseguir un cuarto, el último
disponible que tuvieron que compartir los tres. En la posada conocieron
a unos trovadores que solían tocar allí, Sybil de hecho habló con un tal
Ozil e intentó que le dejasen tocar un poco pero, por desgracia, no lo
consiguió. De hecho no fueron particularmente corteses con ella.
Antes de dormir recibieron una visita de una gnoling llamada Azelais.
Era alquimista y tras el mercado del día siguiente se dirigía a
Minachica pero el camino era peligroso y necesitaba escolta. Les había
visto entrar y por su aspecto parecían personas de mundo. Estaba
dispuesta a pagar la mitad por adelantado. Eso si, hasta el jueves no
partiría. Como era martes, tocaba esperar. La perspectiva de visitar el
mercado con el oro recién conseguido tampoco les desagradó así que
aceptaron la oferta de trabajo y, tras eso, se fueron a dormir. Erik,
que no se fiaba un pelo de nadie, lo hizo en el suelo, frente a la
puerta. Allí vio que la posada estaba plagada de ratas.
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Reino de Atria
Luna
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Seluna
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